Hace más de doscientos años, el entonces presidente norteamericano Thomas Jefferson decía que “la clave de un buen gobierno se basa en la honestidad”. Dieciocho siglos antes, un rabí de Judea alertaba a sus seguidores sobre “los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, más por dentro son lobos rapaces”, para acabar sentenciando que “por sus obras los conoceréis” (Mateo, 7 15-16). Con estas dos coordenadas, no es difícil deducir que buena parte de los problemas políticos actuales se debe al hecho de que la honestidad, verificada por el ejemplo, no cotiza en Bolsa. Hace algunos años se supo que Julio Anguita había renunciado voluntariamente a la sustanciosa pensión que le correspondía como exdiputado del Congreso, para quedarse sólo con la de maestro de enseñanza secundaria, que era la que le pertenecía…