Una sentencia judicial, una simple sentencia judicial, logró ayer desatar los demonios de un país que jamás pasó por la Ilustración, que dejó de lado el regeneracionismo, y que, como consecuencia, sigue instalado en un duelo a garrotazos como el que el maestro Goya pintó hace doscientos años. Las dos Españas dirimen sus diferencias a porrazos con las piernas ancladas en el suelo, mientras el inmovilismo les impide avanzar hacia nuevos horizontes. El inmenso error jurídico en el que ayer incurrió el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) al considerar que un asesinato merece el mismo reproche penal que veintitrés, consiguió mover hasta la insensatez, la grosería o incluso la amenaza de muerte a personas que, el día anterior, no hubieran tenido el menor inconveniente…